La centralidad del desarrollo PYME en la reducción de la informalidad

Por Lic. Sergio Woyecheszen, Jefe del Departamento PYMI de la UIA

15/04/2011

Desde inicios de la década de 1970, la informalidad laboral se ha constituido como una categoría conceptual primaria en la interpretación de la problemática hacia dentro de los mercados de trabajo, particularmente en los países en desarrollo. Se trata de un fenómeno complejo, con múltiples aristas, que se manifiesta en una mayor inestabilidad del empleo, reducción de ingresos y protección laboral y social, características que con mayor o menor intensidad afectan hoy a cerca de la mitad de los ocupados en Argentina .
 
En este marco, más allá de los debates en torno a los distintos elementos que estarían detrás de esta realidad, lo cierto es que la desarticulación productiva asociada a los distintos episodios de apertura comercial y atraso cambiario aparece como un factor central, al cercenar las posibilidades de competir a aquellas firmas de menor productividad, sin capacidad de fijar precios, las cuales fueron perdiendo su participación en el mercado interno a manos de las importaciones.
 
De esta forma, sobre la base de distintos procesos de realocación o cierre de tramas productivas enteras, la economía local quedaría atada a una lógica perversa en la que el salario aparecía como única forma de ajuste en sus costos de producción, afectando no solo los niveles de empleo sino también la generación y apropiación de ingresos hacia dentro de las empresas de menor tamaño, en general trabajo intensivas.
 
El correlato de esto último ha sido una dramática alteración de la estructura económica, ocupacional y social: el PBI per cápita prácticamente no creció (promedió el 0,2% durante 25 años), el desempleo subió del 4,7% a más del 22%, la distribución del ingreso se deterioró sistemáticamente (el ratio entre el decil más rico y el más pobre se amplió de 8 a 33 veces) y la incidencia de la pobreza saltó del 5 al 37% de los hogares, en un marco donde se produjo un persistente proceso de extranjerización y concentración en la generación de valor agregado. Se auto generaron así círculos viciosos de subdesarrollo, lo que se puso de manifiesto a fines de 2001 con la crisis socioeconómica más aguda de la historia argentina.
Rupturas y continuidades de la post convertibilidad
 
Desde 2002, se dio un marcado cambio en el patrón de crecimiento económico en Argentina, sustentado en un principio por la vigencia de un tipo de cambio más elevado que permitió el aumento de la rentabilidad relativa de las actividades productivas por sobre las financieras. Al mismo tiempo, la aplicación de retenciones a la exportación permitió separar -al menor parcialmente- la fuerte caída inicial en los salarios reales del poder adquisitivo de la demanda agregada.
 
A partir de aquí, y en el marco de una extendida capacidad ociosa a nivel de sectores, se desató un proceso de elevado crecimiento económico con generación de empleo y paulatina recuperación salarial en términos reales, primero en los tramos formales de actividad y luego en los informales, traccionados por la recuperación de instituciones como el salario mínimo y la negociación colectiva.
 
De forma subyacente a esta dinámica agregada, se destaca la recuperación – de forma heterogénea y no sin problemas – del entramado PYME industrial hacia dentro de numerosos complejos de producción, con mejores resultados que el promedio en lo que hace a elementos clave como empleo y salarios, innovación, valor agregado y complementariedades, lo que supone un principio de reversión de las tendencias previas, con particular intensidad en lo que se refiere a la informalidad laboral hacia dentro del sector industrial. 
 
Dada esta nueva realidad, definida a partir de un patrón de crecimiento que viabilizó la producción de bienes, parece oportuno hacer una breve digresión respecto a las condiciones de sustentabilidad de este proceso, dada la continua apreciación real del tipo de cambio.
 
En los términos planteados, la cuestión remite nuevamente al grado de desarrollo de la estructura productiva de nuestro país, en la que muchas firmas enfrentan serias dificultades para absorber incrementos de costos y competir con las importaciones, afectando la generación de empleo.
 
¿Cómo reducir la fuerte vulnerabilidad que las mismas presentan frente a las crisis, manifestado en alta flexibilidad y adaptación defensiva a los cambios? ¿Cómo suplir su histórica dificultad de acceso a todo tipo de recursos, económicos y técnicos, información, financiamiento y tecnología? ¿Cómo insertarlas en distintas redes de apoyo, que supongan una mayor posibilidad de generación de rutinas individuales y colectivas que tiendan a la innovación? En definitiva, ¿Cómo lograr sostengan un sendero de inversión que mejore su productividad y les permita competir sobre la base del conocimiento y no de bajos salarios?
Es claro que dar respuesta a estos interrogantes supone un complejo proceso en el que se entremezclan cuestiones de marco (en particular una macroeconomía que garantice la acumulación de capital reproductivo y desaliente la especulación, la fuga de capitales y las actividades rentísticas), institucionales (en materia de infraestructura, innovación, educación) y de fuerte apoyo hacia actividades que propicien la sustitución de importaciones, la generación y difusión de innovaciones y el desarrollo de complementariedades con otros actores (proveedores y clientes, cámaras gremiales empresarias, institutos de tecnología, entre otros). 
 
Todas estas premisas aparecen como el eje de gravitación para la transformación paulatina tanto del patrón de inserción externa como de la estructura del empleo y la matriz distributiva, aunque requiere de acciones concretas en varios ámbitos, enmarcadas en una estrategia integral que consagre un proyecto de país social y territorialmente integrado.  

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